Justo Serna presenta ‘La imaginación histórica’, obra premiada con el Manuel Alvar 2012

El autor analiza a través de cinco prestigiosos novelistas –Eduardo Mendoza, Luis Landero, Arturo Pérez-Reverte, Antonio Muñoz Molina y Javier Cercas- el proceso de creación y la influencia en sus libros de las respectivas experiencias vitales

Este libro de Justo Serna, que se presenta a los medios informativos el próximo 21 de junio en Madrid es un ensayo de historia cultural. No trata del pasado, sino de la ficción. Trata de la novela y de ciertos novelistas. En concreto reconstruye sus obras y sus correspondencias, las invenciones y las experiencias históricas en que se basan.

De todas las posibles, Justo Serna ha escogido para su libro ‘La imaginación histórica. Ensayo sobre novelistas españoles contemporáneos’, las de Eduardo Mendoza, Luis Landero, Arturo Pérez-Reverte, Antonio Muñoz Molina y Javier Cercas. El jurado del Premio Manuel Alvar, que convocan la Fundación Lara y la Obra Social de Ibercaja, destacó “la originalidad y actualidad de su enfoque, que desvela desde la Historia las relaciones entre realidad y ficción”.

Todos estos autores analizados por Justo Serna en este ensayo se dan a conocer tras la muerte de Franco y al hacerlo incorporan y rehacen las tradiciones literarias que la Guerra Civil y la Dictadura quebraron o abolieron. ¿De qué modo aprendieron a ser locales y universales, leales a tradiciones previas y a la vez innovadores? El análisis permitirá averiguar qué fue para ellos el pasado, esa contienda del 36 que no vivieron. O qué fue el régimen franquista, que todos padecieron. O qué fue la Transición, que a punto estuvo de atascarse trágicamente. Las novelas expresan miedos, esperanzas y tanteos, repiten esquemas y ensayan nuevos caminos, como debidas a autores que son hijos de su tiempo: individuos más o menos desconcertados, contemporáneos de una época que carga con el pasado.

Historiador de profesión, pero interesado desde siempre por la literatura, Serna proyecta su labor académica más allá del ámbito universitario y nos introduce en el proceso creativo de cada uno de los autores elegidos. 

– ¿’La imaginación histórica’ es fruto de su trabajo como crítico? ¿Cuánto tiempo le ha llevado?

– No sabría precisar. Así, a bote pronto, yo calculo que este libro me ha costado cincuenta y tantos años de trabajo: como lector de novelas, principalmente. Pero también como historiador, como crítico. Desde pequeño supe que la ficción me era aprovechable; supe que los que crean, me recrean obligándome a salir de mí mismo; descubrí, en fin, que la literatura es una defensa contra las ofensas de la vida (según indicara Cesare Pavese). Sin duda, cuando escribo crítica cultural, cuando hago historia cultural, sigo unos preceptos que espero haber aplicado en este libro.

– ¿Cuáles son éstos?

– Me incomoda cuando un analista, cuando un crítico, expresa sin más sus preferencias personales (“me gusta, no me gusta”). Creo que la crítica y el examen son el arte de la argumentación y de la apostilla. Hemos de ser didácticos, pero sin pesadeces. Y hemos de ser informativos sin alardes eruditos. Deberíamos escribir los análisis y las glosas como si nuestro lector no tuviera interés alguno en leernos. Y deberíamos decir las cosas sin dar nada por supuesto, sin sobrentendidos. Hay que captar la curiosidad y hay que mantener la atención de los destinatarios. A un ensayo o a una reseña les pido lo mismo que a una solapa, a una contracubierta, a un artículo o a un capítulo: yo debería enterarme y hacerme una cultura con esos textos breves e inspiradores. Mi sueño es hacerme una cultura general leyendo libros y escribiendo sobre aquellos que me agradan o me incomodan. Por otra parte, esto tiene una vertiente distinta, añadida: como soy historiador, la literatura la leo en contexto, sabiendo además que la creación no se explica sólo por su circunstancia. El historiador rastrea las fuentes, las bases, pero sabe que el arte escapa a la pura determinación.

– La elección de los autores que aparecen en La imaginación histórica ¿obedece a sus gustos personales? ¿Los elige quizás por ser representantes de corrientes o estilos diferentes?

– En ‘La imaginación histórica’ hay un argumento general, un hilo conductor, una idea de la ficción y de la historia. Hay una reflexión sobre lo que hacen los historiadores cuando exhuman lo pretérito y hay una reflexión sobre lo que hacen los novelistas cuando cargan con el pasado. Luego, en la segunda parte del libro aplico y desarrollo esas observaciones. Para ello tomo las obras de cinco novelistas y las examino. Soy lector habitual del género y soy historiador. Con ambas claves estudio dichos documentos.

– ¿Existen puntos en común entre los autores elegidos?

– Aunque son de diferente edad, estos literatos tienen aspectos comunes: son varones que padecieron la dictadura y sus secuelas culturales. Debieron salir real o fantasiosamente de aquella España raquítica. A mí, como lector, me pasó algo semejante. Por eso comparto con ellos experiencias comunes que veo reflejadas o transfiguradas en sus obras. En el siglo XIX, la novela instruyó a muchas mujeres acerca de lo posible, de lo legítimo, de lo indeseable, de lo inalcanzable. En el siglo XX, los varones hemos aprendido mucho acerca de nuestra condición: acerca de nuestros atributos y sus consecuencias; acerca de la violencia masculina y sus efectos. ‘La imaginación histórica’ trata de la violencia imaginaria, de las violencias masculinas que los varones hemos infligido a la España contemporánea. Pero trata también de otra clase de hombres: de aquellos que esperaron mejorarse con el auxilio de la imaginación, de la sublimación.

– ¿Y por qué estos novelistas y no otros?

Los autores que yo he elegido son creadores que tuvieron que hacerse con una tradición propia, que tuvieron que reciclar materiales diversos, que debieron recuperar lo propio y lo local sabiéndose deudores y epígonos de la novelística foránea. No hay arbitrariedad en la elección. Son nombres indiscutibles, con logros destacables, y hay entre ellos ciertos puntos comunes. De todas maneras, como decía Max Weber, la elección del objeto de estudio no tiene por qué justificarse científicamente. Lo que viene después, sí: elegimos ciertos temas por herencia, por pertenencia o por adherencia. Luego, si nos ponemos verdaderamente serios, tratamos de ser lo más rigurosos que podamos para objetivar lo que abordamos, para distanciarnos de lo que somos y nos identifica. Ahora, eso sí, evitando el tedio académico.