Gran repercusión ha tenido la puesta de largo ante los medios de comunicación del libro ‘Lola Flores. Cultura popular, memoria sentimental e historia del espectáculo’, de Alberto Romero Ferrer, obra editada por la Fundación José Manuel Lara y la Fundación Cajasol, y que ganó el Premio Manuel Alvar de Estudios Humanísticos de este año. El autor explicó a la prensa que con este libro”se trataba de que Lola Flores entrara en la universidad, igual que hace unos años ya lo hicieron personajes de la cultura como Paco de Lucía o Antonio Banderas. Hay una asignatura pendiente, creo que la hay aún, con la cultura popular de la posguerra y el posfranquismo: qué significa significa Lola Flores en el mundo de la copla, de la música popular, del cine y la televisión. Había que contarlo en contra de ella misma, que fue su peor peor enemiga. La imagen que ha pervivido es la imagen frívola, cercana, llena de anécdotas, que consigue cercanía y complicidad con el público más joven. Pero detrás hay una artista, posiblemente una de las artistas flamencas más importantes importante del siglo XX, porque llegaba a todo el mundo: desde la más humilde ama de casa a doña Carmen Polo de Franco”.
Como ya comentaba el periodista Miguel Lorenci tras la presentación del libro, “temperamento, pasión y arrojo suplieron en la vida y en las tablas las carencias de la irrepetible artista que tiró de gracia y descaro y que, dos décadas después de su muerte, es una leyenda muy viva”. Un mito de muchos perfiles a través del cual Alberto Romero radiografía la España que acertó a viajar de la dictadura a la democracia embarcándose en una transición tan alabada como demonizada.
Esta nueva publicación está a caballo entre la biografía y el ensayo sociológico, y cuenta cómo España pasó del gris al color a través de una personalidad compleja que encandiló al pueblo, coqueteó con la dictadura, sedujo a la progresía y fue chivo expiatorio en la democracia. Una artista que no bajó jamás de la cima a pesar de sus limitados recursos, que cameló y se dejó camelar por el franquismo mientras coqueteaba con el México republicano de Cárdenas y a quien su biógrafo llega a describir como «una MataHari con bata de cola». Pero también, como comenta el periodista, una madre coraje, una leona que defendió con uñas y dientes a sus cachorros, cumplida esposa pero amante secreta y fogosa.
Alberto Romero, profesor de Literatura Española en la Universidad de Cádiz, recorre su trayectoria en el teatro, la copla, el baile, el cine o la televisión. Demuestra que «temperamento y pasión» fueron las armas de esta mujer, y a través de su vida podemos hacer “una impecable radiografía sociológica de España entre la posguerra y el posfranquismo a través de la trayectoria de esta artista legendaria»”.
El autor, que ha querido mantenerse a distancia distancia de la familia de Lola Flores para no alejarse de su objetivo -explicar qué significa significa su legado para la historia de España, sentimentalismos aparte-, la definió como “una artista que se crece en la adversidad: el hambre, la cartilla de racionamiento, ser mujer en el teatro, en un teatro lleno de carencias materiales… Y cómo hace de la necesidad virtud, recogiendo el extraordinario legado flamenco de antes de la guerra guerra civil. Lola recogió ese testigo y lo modernizó con los medios que traería Concha Piquer de Broadway. Esto hizo que fuera una artista tremendamente popular».
Para Romero “la gran enemiga de Lola Flores fue ella misma. Creó un monstruo que aún pervive cultivando a conciencia esa imagen frívola que acabó sepultándola», lamenta el biógrafo de María de los Dolores Flores Ruiz, nacida el 21 de enero de 1923 en Jerez de la Frontera (Cádiz) y fallecida en Madrid el 16 de mayo de 1995.
Según ha recogido también Miguel Lorenci en su crónica, Alberto Romero aborda los orígenes de la artista en la escena flamenca de los años treinta y las sucesivas encarnaciones del personaje desde los inicios de la Niña de Fuego hasta la consagración como ‘La Faraona’, analizando su huella en nuestra memoria sentimental. “Supo adaptarse a los tiempos sin abandonar su esencia, para convertirse en los últimos años en contradictorio icono de la posmodernidad», explicó. Lola Flores y el franquismo “se sirvieron y se engañaron mucho. Fue como una Mata-Hari en clave artística, siempre en bata de cola que ayudó en las relaciones con México y Estados Unidos cuando Franco pugnaba por salir del aislacionismo”. El autor destacó que con Lola Flores “la copla salió de ese cuarto de atrás del que hablaba Carmen Martín Gaite. Y su personalidad acabó seduciendo a la progresía intelectual que ya en democracia encarnaban figuras como Terenci Moix, Manuel Vázquez Montalbán, Carmen Martín Gaite, Luis Antonio de Villena o Francico Umbral”.