Comienza el año con un nuevo título de la colección Vandalia, un poemario compuesto por seis partes que se mueve entre el carácter falsario de la memoria y los mecanismos con los que construimos nuestra realidad. ‘Fábula’ es el nuevo libro del poeta Javier Vela, una obra que viene a cerrar un ciclo discursivo y vital, un conjunto de poemas que se mueven entre mitos y creencias que abalizan la realidad, la manipulación, el sueño y la ficción. Considerado uno de los autores más reconocidos de las nuevas generaciones de poetas, Javier Vela dirige en la actualidad la Fundación Carlos Edmundo de Ory. Galardonado con el Premio Adonais, autor de relatos y traductor, en ‘Fábula’ utiliza un lenguaje plástico y luminoso que invita al lector a reflexionar sobre realidades manipuladas y recuerdos idealizados. El libro será presentado en Cádiz el próximo 25 de enero, en el transcurso de un acto organizado por el Centro Andaluz de las Letras.
-¿Cómo definiría Fábula?
– Se trata de un conjunto de poemas cuya estructura íntima gira en torno al carácter falsario de la memoria. El libro es el relato sosegado de ese turbión de mitos y creencias que conforman nuestra noción de verdad, manipulada por la invención del recuerdo y el consuelo ilusorio de la ficción.
-Se indica que este libro pone a fin a un ciclo. ¿Cómo ha cambiado su discurso poético en estos años? ¿Qué diferencia hay con el principio? ¿Cómo definiría su poesía actual?
– Bueno, se ha dicho –y es cierto– que un libro mío anterior, ‘Imaginario’, marcaba una transición en mi obra desde la abstracción simbólica a la figuración connotativa, y que constituía una especie de bisagra estética frente a los trabajos iniciales, de mayor carga retórica. ‘Fábula’ viene a ahondar en un empeño iniciado hace ya casi una década, por medio, en este caso, de un compendio de poemas en prosa de cuño “neoimagista”, que no desdeña por ello la tradición simbolista de la que provengo.
-¿Qué temas predominan en estos poemas?
– La primera sección está integrada por textos alusivos a obras contemporáneas de cine y televisión, cuya pulsión narrativa queda abstraída por la mirada poética, evidenciando su virtualidad. Sigue una breve suite amorosa cuyo vínculo arraiga en el asombro por lo cotidiano, por la mera presencia de la figura amada, que a mí se me aparece en su dimensión metafísica, cargada de implicaciones latentes. ‘El sur’, por su parte, ahonda en mi doble condición atlántica y mediterránea, fruto de una conciencia a la deriva entre la orilla de los vencedores y la de los vencidos, y en donde la atención contemplativa mantiene al mismo tiempo una distancia crítica sobre lo observado que intenta revelarlo bajo una nueva luz. ‘Retrato de familia’ es un canto coral a lo que somos como comunidad, a nuestras fortalezas y debilidades, en las estribaciones de un nuevo “mal del siglo” originado por el periodo de crisis y estancamiento social que aún hoy seguimos atravesando. El quinto (y más autobiográfico) segmento del libro desliza una interpretación mítica acerca de mi historia y mi siempre cambiante identidad: las confesiones del “fabulador”; en tanto que, en el último, es la escritura misma la que se convierte en el objeto de la enunciación, en un juego de espejos vehiculado por las invocaciones de la palabra poética.
-Además de poesía, ¿por qué otros derroteros le está llevando la literatura?
– Siento una especial predilección por las formas breves. Relatos míos han visto la luz en revistas como ‘Eñe’ o ‘Clarín’, y en este mismo trimestre la editorial Menoscuarto publicará mi primer volumen de historias, titulado ‘Pequeñas sediciones’. Por lo demás, acabo de terminar una novela ambientada en el contexto de las migraciones que están teniendo lugar, para vergüenza nuestra, en Europa, en este caso por razones climáticas, con un niño sureño como protagonista.
-¿Qué elementos de unión se identifican en la poesía española y andaluza contemporánea? ¿Hay escuelas? ¿Hay maestros comunes?
– Mis maestros y referencias son múltiples y, sin duda, gozosamente dispares: el ‘Cantar de los cantares’, Lucrecio, Catulo, Horacio, Hazm, Emre, Petrarca, Garcilaso, Juan de Yepes, Góngora, Silesius, Novalis, Hölderlin, Whitman, Baudelaire, Laforgue, Roux, Vallejo, Rilke, Ajmátova, Milosz, Pessoa, Huidobro, Eliot, Neruda, los evangelios gnósticos, Éluard, Celan, Stevens, Char, Bachmann, Montale, Jouve, Borges, Jacqmin, Elytis, Juarroz, Paz, Andrade, Rojas… por citar solo algunos. Por lo demás, siento un vivo interés por la obra de algunos de mis contemporáneos, pero eso no significa que constituyamos, como tal, una corriente generacional definida. Solo hace falta pensar en la variedad de registros que acogió bajo su etiqueta la así llamada Generación Novísima o del 68. La mía (que Luis Antonio de Villena ha dado en llamar ‘Generación de 2000’, a pesar nuestro) es más bien el producto de una afinidad de índole personal e intelectual, antes que estética.
-¿Para qué sirve hoy escribir poesía?
– Para vivir mejor y más humanamente. Hemos llegado a un punto en que nuestras palabras están emponzoñadas por el lenguaje técnico que emplean la economía y la política y que los medios continuamente remedan. El poema les da una nueva vida, haciéndonos más libres y conscientes para desentrañar nuestro día a día.