Habló del Premio Cervantes, de su relación con Andalucía y de sus autores más admirados
José Manuel Caballero Bonald visitó la Feria del Libro de Sevilla para culminar con su presencia las actividades programadas en torno al último Premio Cervantes. El autor, que mantuvo un diálogo con los poetas y periodistas Antonio Lucas y Javier Rodríguez Marcos y que respondió asimismo a las preguntas de los integrantes de diferentes clubes de lectura en un acto que estuvo presentado por el editor y crítico Ignacio F. Garmendia, volvió a demostrar con sus intervenciones esa perspectiva insobornable y lúcida que ha caracterizado su obra, así como esa palabra exuberante y precisa con la que el escritor siempre ha expresado su pensamiento complejo.
Según informaba Braulio Ortiz en su crónica para el ‘Diario de Sevilla’ (Grupo Joly), el narrador y poeta admitió los altibajos que había sufrido su relación con Andalucía, confesó al auditorio las predilecciones y antipatías que sentía entre los títulos de su producción y manifestó su creencia de que aunque la literatura deba apartarse de las servidumbres del poder, el “verdadero compromiso del escritor es escribir lo mejor posible”.
En el encuentro, organizado por la Fundación José Manuel Lara y la Fundación Banco Sabadell, el intelectual se reafirmó en la velada denuncia que proponía su discurso de recepción del Cervantes, cuando defendió la palabra frente a “los desahucios de la razón”. La utilización de esos términos en un estilista minucioso en la urdimbre de sus textos parecía indicar que no se trataba de una elección azarosa. “Lo hice adrede, sí. Usé esas palabras precisas como referencia a unas circunstancias sociales absolutamente intolerables”, desveló, antes de añadir que “arrojar a alguien de su casa es la imagen más cruel de la ignominia social”.
El escritor, que confió a los asistentes que la solemnidad institucional del Cervantes había ocasionado que se dieran en aquella jornada “momentos de una grata incomodidad”, reivindicó que el literato “no tiene por qué incluir aspectos políticos o sociales en su obra, el escritor siempre traspasará lo que piensa a su creación aunque no se lo proponga. El compromiso verdadero es escribir lo mejor posible”. Ésa fue una lección que el narrador y poeta aprendió posiblemente tras ‘Pliegos de cordel’ (1963), un libro que compuso “en los momentos más virulentos de la lucha antifranquista” y que se adaptaba a los propósitos que por entonces guiaban a los miembros del Grupo del 50, “que habían elegido poner la obra al servicio de una causa política. Hoy no pienso así, pero en aquella época creí que era necesario, obligatorio desde el punto de vista moral. No me gusta lo que hice, porque lo hice de forma mediocre”, sentenció.
En su visita a Sevilla, Caballero Bonald recorrió su trayectoria desde los comienzos, donde ya se percibían unas influencias concretas que se han mantenido. Las adivinaciones, su primer libro, era una propuesta “inserta en una tradición clara, el Barroco andaluz, donde estaba no sólo el sello de Góngora, sino también el de Soto de Rojas o Carrillo de Sotomayor”. La pluma de esos maestros le inculcó el amor por “la palabra buscada meticulosamente, porque la palabra es la que hace el poema”.
En su conversación asomaron otras deudas, un “bagaje que todavía no he olvidado”: junto al poeta “inconmensurable” de Juan Ramón Jiménez, especialmente el del último tramo de su carrera, el autor de Espacio o Animal de fondo, aparecen también dos voces de la Generación del 27, Cernuda y Lorca. De Juan Ramón heredó la costumbre de corregir hasta la extenuación. “Un poema no se termina de corregir nunca. Se me ocurre la sustitución de un adjetivo, veo que no es redondo el que he escogido”, contó un creador que llegó a cambiar su manuscrito en la imprenta “ante la gran irritación del tipógrafo”.
Entre otras cuestiones, Caballero Bonald se explayó en su relación con Andalucía. “Detesto a los andaluces profesionales, que se dedican a los florilegios, un mal histórico que viene de los viajeros románticos que sacaron a relucir los tópicos y generaron una idea que es falsa”, argumentó. Planteó un retrato crítico de su tierra en Dos días de setiembre, pero “mi mejor novela sobre Andalucía es ‘Ágata ojo de gato'”, ficción de un narrador prodigioso que abordaba “el mito de la tierra madre, que castiga a quienes pretenden ultrajarla” y que retrataba, como advertencia frente a las amenazas que cercaban el Coto de Doñana, “un mundo legendario de ese paisaje venerable, con sus dunas, sus corrales. Creo que es la verdadera Andalucía, la del hombre pegado a la tierra, que hace de la tierra una compañía fiel”.
Y Caballero Bonald habló también de otras pasiones: la noche y el flamenco. “Yo he sido muy nocturno, pero en el infortunio histórico del franquismo”, sostiene, “la noche era la posibilidad de estar en contra de lo establecido, la desobediencia”. Corrían otros tiempos cuando se enamoró del flamenco, utilizado “para fiestas de señoritos como un adorno exótico, ligado a la vida nocturna y prostibularia. Costó mucho que saliera a flote como lo que es: una música espléndida”. música espléndida”.