El ensayo desvela los prejuicios y tabúes que rodean los usos amorosos del postfranquismo y la democracia
“Conceder la palabra a las mujeres es un acto de justicia que repara el silencio y la invisibilidad”, afirma la autora
¿Cómo atreverse a plantear una reflexión sobre las relaciones afectivas y sexuales desde la perspectiva de las mujeres? ¿Y si esas mujeres son las nacidas en España entre finales de la década de los cincuenta y comienzos de la de los setenta? ¿Cuánto queda del mito romántico? Todas estas cuestiones, y muchas consideraciones más, constituyen el argumento de ‘Éramos mujeres jóvenes. Una educación sentimental de la Transición española’, escrito por Marta Sanz, reciente ganadora del Premio Herralde de Novela y una de las autoras más brillantes y reconocidas de las últimas décadas Este nuevo título que publica la Fundación José Manuel Lara, a medio camino entre el ensayo, la memoria personal y el reportaje, propone una aproximación subjetiva a los prejuicios y los tabúes que rodean los usos amorosos del postfranquismo y la democracia, a fin de desdecir o de matizar muchos de los lugares comunes que siguen asociados a la vida sentimental de las mujeres.
El libro se presenta esta semana en Madrid a los medios de comunicación, y el día 18 se presenta en la Librería Rafael Alberti (c/ Tutor, Madrid), acto en el que la escritora estará acompañada por el periodista Andrés Fernández Rubio.
A partir de un discurso reivindicativo, repleto de guiños al lector, el ensayo busca la complicidad de un público no necesariamente femenino. Para ello, la autora se ha valido de la evocación de sus propias vivencias, que ha alternado con las de un grupo de amigas más o menos coetáneas, sus corifeas que comparten con la autora su experiencia, sus referentes culturales, sus deseos, sus descubrimientos o sus decepciones desde la adolescencia a la edad madura.
Investigación, reportaje o diario íntimo… El libro ha pasado por sucesivas fases en su gestación: “Al principio –indica Marta Sanz- pensé plantearlo como un relato de experiencias personales en el que el componente autobiográfico se relacionase con el contexto, con el cambio de época. Es decir, pensé en escribir ‘Éramos mujeres jóvenes’ siguiendo un procedimiento muy parecido al que había seguido para escribir mi novela autobiográfica ‘La lección de anatomía’. Sin embargo, me di cuenta de que esa perspectiva era demasiado limitada y decidí completarla con reportajes, noticias, estadísticas y, lo más importante de todo, con la mirada de otras mujeres nacidas entre finales de la década de los cincuenta y mediados de la década de los setenta”.
Para ello, la autora preparó un cuestionario que ellas generosamente respondieron, preguntas que de algún modo vertebran ‘Éramos mujeres jóvenes’ y que tratan sobre el descubrimiento del cuerpo y del placer, la fidelidad, la educación sexual, las amigas y lo que se comparte con ellas, la seducción o las nuevas maneras de relacionarse. “Yo discuto con algunas de estas mujeres, me identifico con otras y ellas, entre sí, establecen afinidades o relaciones imposibles. Me parece que uno de los aspectos más interesantes del libro es ver cómo la mirada de cada una de esas mujeres se convierte en personaje y se empieza a establecer una conversación entre las diferentes voces: en algunos casos mujeres con un perfil generacional y sociológico muy similar tienen percepciones muy diferentes de su sexualidad. Otro aspecto que me sorprendió muchísimo es que todas tenían muchas ganas de contar. De recordar y verbalizar para entender”, indica.
Aunque partió de ciertas ideas preconcebidas y de experiencias marcadas por la propia biografía personal, el libro se fue modificando con la realidad de la escritura. “Por eso –explica Marta Sanz-, escribir es una acción que nos sirve para comunicarnos con los demás y a la vez es un proceso de indagación y descubrimiento. En este sentido, ‘Éramos mujeres jóvenes’ no ha sido una excepción. Además yo misma me he visto obligada a replantearme muchos de mis prejuicios en función de los relatos de las otras mujeres que hablan a lo largo de estas páginas”.
El resultado es un libro que nos depara sorpresas, ya que indagar en temas tan personales y controvertidos da para algunos sobresaltos: “Yo me he sorprendido mucho, desde luego, porque creo que con este libro se desmitifican algunos tópicos y se dotan de nuevos significados algunos conceptos sobre los que habíamos dejado de pensar. Con qué palabras rellenamos el amor, una sexualidad satisfactoria, qué significa el miedo a la soledad o al envejecimiento… Mientras hablaba con mis amigas, leía sus cuestionarios, pensaba en mí misma y escribía, me daba cuenta de lo difícil que es deslindar ciertos comportamientos eróticos universales de ciertos compor-tamientos locales e históricamente condicionados. De lo difícil que es tomar la decisión de si ciertas conductas eróticas son el resultado de la edad o del hecho de vivir en un determinado periodo de la historia, o de las dos cosas a la vez. Incluso me di cuenta de lo difícil que es separar lo biológico de lo cultural”.
Lúcido, comprometido y bienhumorado, el libro traza un revelador autorretrato generacional en torno a cuestiones que rara vez trascienden las conversaciones íntimas, por lo que la mirada literaria de ‘Éramos mujeres jóvenes’ puede entenderse cómo una aproximación nada autoritaria a la construcción del relato histórico. “La íntima mirada y el lenguaje literarios –indica la autora- sirven para reflexionar sobre asuntos que nos afectan colectivamente y para intentar paliar comportamientos que nos dañan y que a menudo nosotras mismas tenemos interiorizados. Forman parte de lo que consideramos ‘normalidad’. Insisto en que en ‘Éramos mujeres jóvenes’ es muy importante analizar el significado de las palabras que se nos cuelan en la vida cotidiana. Las palabras con las que pensamos nuestra vida y nuestra sexualidad como parte de nuestra vida. Además, en este libor se está activando una metáfora que usé en una novela anterior, ‘Daniela Astor y la caja negra’: a través de la curiosidad, la esperanza y el miedo coaligados, la Transición española se identifica con la pubertad de las mujeres adolescentes y jóvenes de aquella época”.
Y lejos de lo que se puede pensar, no es un libro especialmente pensado para mujeres, sino que “va dirigido a personas curiosas que quieren aproximarse a la realidad, cotejar lo que se dice con su propia experiencia, ser un participante más en esa conversación que articula el texto. Creo que conceder la palabra a las mujeres es un acto de justicia que repara el silencio y la invisibilidad. Pero, además, cuando las mujeres se piensan y buscan palabras para describirse en clave de género están pensando y redefiniendo también a los hombres, los límites y solapamientos entre los géneros, abundando en el hecho de que el género sea una construcción cultural y en la posibilidad de que existan otras otras opciones, no ya sexuales, sino genéricas. Es un libro que hablando desde la ‘heteronorma’ trata de expresar en qué sentido nos ha hecho daño de modo muy especial a las mujeres. Por otra parte, en ‘Éramos mujeres jóvenes’ un hombre responde al mismo cuestionario al que han contestado mis colaboradoras y los resultados son sorprendentes, porque nos hacen replan-tearnos la serie de adjetivos con los que solemos rellenar lo femenino y lo masculino”.
Y esta reflexión literaria, además de sorpresas, ha deparado algunas decepciones, y quizás la mayor sea “la de tomar conciencia de que la emancipación respecto a la figura del padre y del marido pasa por la necesidad de ser económicamente autónomas, y de que esa autonomía económica nos exige ser sujetos activos en un campo laboral que nos discrimina, nos explota y nos convierte en víctimas de la precariedad. La mayor decepción tiene que ver con la lucidez sobre la doble explotación en el ámbito privado y público. También ha resultado muy decepcionante pensar que habíamos ganado luchas que verdaderamente no hemos ganado porque nuestra diferencia sigue siendo una desventaja”.
Se desvelan intimidades también en el libro, pero nunca de una manera espectacular ni pornográfica. “Ni tampoco con el tono cotilla de la confidencia. Se habla para entender y el lenguaje siempre actúa como un filtro de pudor. Uno de los temas principales del libro es la pregunta que gira en torno a si la pornografía es la banalización mercantilista del sexo, la rutinización del sexo, que bajo la apariencia de la liberación cada día nos objetualiza más y más. Parece que, después de la represión franquista y nacional-católica, a menudo el sexo se entiende como una exigencia atlética, un tener que estar a la altura, una necesidad que tiene mucho de pulsión instintiva y de necesidad subjetiva creada por la publicidad y la sociedad de mercado. Hemos pasado de sentirnos insatisfechas por un ideal romántico que nunca se hacía realidad, a sentirnos insatisfechas por una expectativa erótica que nos recauchuta y nos violenta quirúrgicamente y nos obliga a consumir a todas horas para estar perfectas y practicar “con eficiencia” el sexo. Agotador”, indica Marta Sanz, que destaca, por último, que “el libro no tiene moralejas, ni recetas, ni consejos, ni triunfalismos. No hay ni la más mínima pretensión de decirle a nadie cómo debe vivir su vida desde un punto de vista erótico. No hay conductas buenas ni conductas malas. El texto se coloca en las antípodas de la autoayuda. Cuestiona qué significa ser liberal o ser reaccionario en materia erótica. Relaciona el consumismo con el sexo y el modelo económico con los modos de vivir la sexualidad. De modo que el libro moralejas no tiene, pero inevitablemente sí parte de un determinado enfoque ideológico. Decir otra cosa me parecería ser deshonesta con quienes elijan leer ‘Éramos mujeres jóvenes’. Cada persona que lea el libro tendrá que tomar sus decisiones entre la polifonía y la diversidad de enfoques que se recogen en él”.
Marta Sanz (Madrid, 1967) es doctora en Filología e imparte clases en la Escuela de Escritores de Madrid. Ha publicado las novelas ‘El frío’ (1995), ‘Lenguas muertas’ (1997), ‘Los mejores tiempos’ (Premio Ojo Crítico 2001), ‘Animales domésticos’ (2003), ‘Susana y los viejos’ (finalista del Nadal 2006), ‘La lección de anatomía’ (2008), ‘Black, black, black’ (2010), ‘Un buen detective no se casa jamás’ (2012), ‘Daniela Astor y la caja negra’ (2013) y ‘Farándula’ (Premio Herralde 2015). Es autora de los relatos reunidos en ‘El canon de normalidad’ (2006) y de los poemarios ‘Perra mentirosa’ (2010), ‘Hardcore’ (2010), ‘Vintage’ (2013) y ‘Cíngulo y estrella’ (2015), así como de los ensayos recopilados en ‘No tan incendiario’ (2014).