El escritor malagueño, uno de los nombres ineludibles de la poesía española, lleva a consecuencias imprevistas la síntesis entre imagen y pensamiento.
El catálogo de la colección Vandalia se revaloriza continuamente con la incorporación de nombres imprescindibles en el panorama poético contemporáneo. Y en esta ocasión nos llega desde Málaga la voz de Álvaro García, considerado por la crítica más exigente y por prestigiosos autores como uno de los grandes nombres de la poesía española.
Su nuevo libro, Ser sin sitio, es muy esperado por sus lectores y abre una nueva etapa en su trayectoria poética, ya que recoge lo que me gusta como lector y como autor, como él mismo ha comentado. Esta publicación sucede a un ciclo unánimemente reconocido, cuya última entrega mereció el prestigioso Premio Loewe.
Tras el ciclo de poemas largos formado por sus tres libros anteriores, Ser sin sitio lleva a consecuencias imprevistas, por su desnudez y por su fuerza, la síntesis poética entre imagen y pensamiento, exactitud y misterio, cultivada por Álvaro García. La sencillez de forma y la complejidad de fondo conviven en este libro de poesía precisa y desasida.
– ¿Qué diferencia puede encontrar el lector entre este libro y otros tuyos anteriores?
– Es un libro de poemas, no ya de un solo poema como lo fueron los tres últimos. Tras la aventura como de sonámbulo que me supuso el tríptico que acaba en Canción en blanco (2012), Ser sin sitio respira aquella aventura y a su modo convive con ella. La variedad formal me ha ayudado mucho a que en el libro, argumentalmente, las cosas se vayan liberando de su propio estado; a que los poemas se atrevan a atravesar la vida y reconocer y encarnar, con más desnudez que en libros anteriores, espacios sin lugar, el amor, la conciencia, la poesía: no sitios, extrañamente en calma.
– ¿A qué obedece este Ser sin sitio, qué podemos encontrar en sus poemas?
– He querido hacer un libro valiente, un cruce como de hora punta entre vivientes que se asoman a la no vida y muertos que se acuerdan de la vida, la muerte con ecos nítidos de la vida. Están cerca los vivos y los muertos. El ser sin sitio puede que sea la conciencia, que poema a poema no se conforma con estar en la vida o en la muerte. A eso me referiría si dijera que este es mi libro a la vez más físico y más espiritual. He querido encontrar lo que me gusta como lector y como autor: precisión de forma para una complejidad de fondo. No puedo saber si el ‘ser sin sitio’ es la vida humana, la muerte, la no vida, la no muerte, las azoteas, los trenes, los ascensores, el individuo, la humanidad, la imaginación, la memoria, la inutilidad, el inempleo, el sueño, la pasión amorosa, la ciencia sin aula, el exilio, la poesía, el vivir, el sinvivir o la eternidad. Quizá sea todo a la vez.
– ¿Se debe a una nueva etapa también en su vida, en su propia trayectoria profesional y personal?
– Siempre he procurado que la trayectoria vital no interfiera en la trayectoria poética, procuro hacer una poesía no estatuaria. Pero si busco en hechos de estos quince años me encuentro, desde luego, con cosas: vivir en un apartamento cuya azotea da al jardín del cementerio inglés de Málaga. Tender la ropa entre una carretera y unas tumbas me ha servido de dato, claro, he recurrido a signos que sé bien qué color tienen, a qué saben en mi vida. Ahí estarán también mis lecturas de mis poetas preferidos: Rilke, Yeats, Eliot, Auden. No en vano fue Yeats quien dijo que tras la poesía de la conciencia de lo vivido y la poesía del símbolo como espejo vendría la poesía espiritual en que vivos y muertos se acercaran mutuamente. No he seguido un plan de hacerle caso, habría sido temerario, pero todos sabemos que los libros se hacen casi más al ordenar y corregir que al escribir, y creo también que todos los autores nos maravillamos un poco de ver que esa fase final o semifinal obedece a una especie de camino secreto inconsciente que tiene un punto mágico, involuntario, como imantado por algo fuerte que es más que escritura.
Puede que incluso la decisión del título se deba, anecdóticamente o en principio, a la circunstancia de ser, como tantos ciudadanos de un tiempo y un país en crisis algo más que económica (buen chico con estudios de grado y de posgrado y de degrado hasta darme cuenta), muy over-forty, de que no hay sitio, ni falta que hace si hablamos de poesía. La existencia va quedando lejos: se funde y se confunde cada vez más con el viaje hacia la precariedad esencial, la crisis grandiosa y total en la que dejamos de estar y empezamos trágicamente a ser. El lector que me acompañe en este viaje puede tener el gusto o el disgusto de viajar a un no lugar donde resuenan ecos de la existencia.
– ¿Sigue el devenir de la poesía española actual? ¿se ve integrado en algún grupo poético?
– Creo que la tarea poética de traspasar la propia vida es dramáticamente individual. Todo lo que en poesía se hace en grupo será, en el mejor y más admirable de los casos, autoinmolación de secta. Prefiero la responsabilidad y la decencia de procurar a solas la inutilidad que pretende nada menos que derrotar al tiempo y a uno mismo. Muy diferente es apoyar, como hago con mi lectura, el viaje de otros, especialmente los que asumen de verdad el viaje.
– Además de escribir, está trabajando ahora desde la ciudad de Ronda en un proyecto de promoción y difusión de la poesía, ¿podría explicar en qué consiste el Seminario Rilke?
– Es una especie de laboratorio poético fuera de la caja académica. El método, si lo pienso, es buscar un sitio en el amor y en la conciencia poética de las cosas: una actitud. Pretendo llegar a configurar de modo no sobrevenido el lugar de lo trágico una vez que a lo trágico le quitas la parte aburrida, la de la expresión, la del estilo, la de la estatua de ti mismo. A veces hay escritor invitado, a veces vamos luego al karaoke de un pub que se llama también Rilke. Apenas si podemos ir leyendo por cómo corre la luz por las palabras.