Coincidiendo con un momento de auge del género del aforismo, la colección Vandalia publica un título excepcional, ‘Fuegos de palabras. El aforismo poético español de los siglos XX y XXI (1900-2014)’, una antología realizada por la escritora Carmen Camacho, que pretende rastrear una tradición literaria desde los clásicos del siglo XX hasta la actualidad. El libro –que acaba de ser presentado en Madrid y que ahora viajará por diversas ciudades andaluzas de la mano del Centro Andaluz de las Letras- reúne una selección crítica de aforismos imaginistas, fragmentos y antiaforismos de 48 autores que optaron, sin renunciar al pensamiento, por pensar con la mirada. Imágenes, símbolos y metáforas a través, los aforistas aquí convocados logran abrir y trasponer el sentido hasta alcanzar hondas significaciones.
Carmen Camacho, conocedora a fondo de este género, (al que ha dedicado ya dos libros) ha recogido textos de muy diversa orientación, destino y procedencia: brevedades emparentadas con el fragmento romántico, visiones irracionales o las antiformas aforísticas, herederas de las vanguardias. Los aforismos de ‘Fuegos de palabras’ merecen el apelativo de poéticos por cualidades que los diferencian sustancialmente de las formas aforísticas conceptuales y señalan un linaje diferenciado que se proyecta con fuerza renovada hasta nuestros días.
—¿Cómo surge este proyecto? ¿Qué le lleva a esta antología de aforismos?
—Para decir verdad, he de remontarme al origen. Siendo todavía niña me regalaron un libro de Rabindranath Tagore traducido por Zenobia Camprubí y Juan Ramón Jiménez. En él contraje la fascinación por lo breve, si bello, mil veces bello (además de serios problemas con la ge y la jota). Más adelante, los aerolitos de Carlos Edmundo de Ory concretaron mi tendencia a algo que por entonces no sabía qué cosa era, pero que escribía sin parar. Mi interés por esta suerte de alfilerazos verbales, fuegos de palabras y pensamientos en cápsulas, se fue acrecentando y convirtiendo en lecturas, cavilaciones en torno al género y en la publicación de dos libros de aforismos, ‘Minimás’, en 2008 y ‘Zona franca’, en 2016. Al plantearme la colección Vandalia la posibilidad de editar una antología, mi propuesta fue dedicarla al aforismo poético español de los siglos XX y XXI. A ello me he dedicado estos últimos años. Mi amor y afán por las formas aforísticas, la apuesta de la editorial y el aliento de aforistas y conocedores del género me han llevado a dar a la luz esta antología, en la que he escogido y reunido aforismos metafóricos, brevedades emparentadas con el fragmento romántico y antiaforismos de 48 autores españoles.
—¿Se siente cómoda con este género…o subgénero? ¿Cómo definiría el aforismo?
—Como Rafael Dieste, prefiero hablar, más que de género, de estado aforístico, de una manera de pensar, entender y escribir netamente aforística o, lo que es lo mismo, intensa e inmensa, surgida de una especie de revelación. El aforismo es fronterizo, se sabe posar en las lindes de todos los géneros literarios, pero en ningún caso es un subgénero. ¿Su definición? Esa es la pregunta del millón de dólares. Es imposible ponerle a las ideas liebres -así las llamaba José Bergamín- el cascabel. “No hay nada menos definible que el aforismo”, dijo Umberto Eco. Son algo así como islas de sentido pleno rodeadas de silencio -o espacio en blanco- por todas partes. Son verbo en ascuas, frases de racimo, idea emocionada, un turbio fogonazo, fuegos de palabras. Saben darle un buen meneo a la realidad, estremecerla y estremecernos. Cuando siento un aforismo palpitar dentro del puño, solo sé que, cuando abra la mano, ha de volar.
—¿Dónde cree que tiene mayor implantación? ¿En qué espacios se desarrollan más?
—España goza de una tradición aforística potente y singular, en la que han predominado dos variantes “mayores”: la metafísica y la imaginista -de esta última me ocupo en esta antología-. El aforismo español ha vivido varios momentos clave a lo largo del siglo XX, y desde los años 90 estamos viviendo una revitalización del género progresiva y sin precedentes, su implantación en el mapa literario español es ya plena.
Como ha recordado en varias ocasiones Lorenzo Oliván, para Ortega y Gasset el creador del norte de Europa está más cerca del concepto, del pensamiento, mientras que el creador de ámbito mediterráneo se deja ganar por lo sensorial y por el impresionismo perceptivo. Puede ser. Ello nos daría de resultado un aforismo más sesudo en regiones del norte y de corte más poético y lúdico en el sur. Lo cierto es que en España actualmente los aforismos conceptuales y sentenciosos conviven con los más intuitivos y plásticos sin atender a regiones. Limitamos al norte con lo gnómico, al sur con lo sensorial, al este con la contemplación y el silencio, al oeste con la razón y su reverso. Y esta es una excelente noticia. Eso sí, muchos de los escritores que recojo en ‘Fuegos de palabras’ tienen algo en común: son los más peculiares, libres, indagadores, inclasificables, mestizos y geniales de su casa. Rafael Pérez Estrada, Cristóbal Serra, Chantal Maillard, Pedro Casariego Córdoba, Juan Eduardo Cirlot, Max Aub…
—¿Por qué cree que los aforismos tienen ahora tanta implantación? ¿Es una moda? ¿Una necesidad de economizar lenguaje, palabras en un mundo tecnológico?
—En el boom actual concurren distintas causas. Para empezar, se lee de otra manera. Los aforismos no son textos de consumo rápido -necesitan su digestión-, pero sí de lectura en porciones, lo que casa bien con los nuevos hábitos de lectura y vida. Para continuar, ciertos públicos ya están familiarizados con los códigos de la literatura brevísima, saben leer un aforismo o un relato que quepa en un tuit -lo que no quiere decir, obviamente, que cualquier cosa que quepa en un tuit sea un aforismo-. Y para terminar, las instituciones culturales -las editoriales, la crítica, la autoridad académica- están prestándoles una atención renovada. Todo ello estimula a su vez la escritura. Cualquier éxito entraña sus riesgos -que nos quieran dan gatitos de Twitter por ideas liebres de Bergamín-, pero esta efervescencia es en mi opinión una estupenda noticia. Lo que haya de moda, pasará, y sedimentará en el legado cultural lo que de potente, subversivo y valioso haya en los nuevos fuegos de palabras.
—Y en su propia faceta creativa, ¿qué papel juegan? ¿Entran en su propio perfil como escritora?
—Por supuesto, los aforismos, especialmente los poéticos, son parte central de mi producción literaria. En 2008 publiqué en Baile del Sol la primera edición de ‘Minimás’ -que este año conocerá su tercera edición- y, en 2016, ‘Zona franca’, en Cuadernos del Vigía, editorial señera en el ámbito del aforismo. Yo no sé dejar de escribir al margen, de anotar al vuelo, de sacar los pies del texto, de pellizcar el lenguaje hasta que me diga -quizá al mentirme- la verdad. No sabría -ni lo pretendo- dejar de hacer aforismos poéticos.
—Llama la atención el escaso número de mujeres incluidas en la antología. ¿Qué lugar ocupan las mujeres en el aforismo español?
—Que yo sepa, en España, en todo el siglo XX, solo publicaron aforismos -y en editoriales de alcance limitado- Dionisia García y María Asunción Echagüe. Hasta 2010 sólo podemos sumar a Gloria Fuertes, Julia Otxoa, Chantal Maillard y a mí misma. En 2011, Erika Martínez publicó ‘Lenguaraz’. La irrupción de las mujeres en el aforismo se ha producido en los últimos tres años; la normalización de nuestra presencia en este ámbito no ha hecho más que empezar. Autoras como Azahara Alonso, Carmen Canet, Eliana Dukelsky, Victoria León, Isabel Bono o Ana Pérez Cañamares ya han publicado sus primeros libros de aforismos. Espero con ganas libros de Raquel Alonso -buena conocedora del género- y Gemma Pellicer… Como ve, la nómina continúa siendo exigua.
—¿Quién cree que es el mejor exponente? ¿En esta antología qué autor o autores pueden destacar?
La nómina se abre con dos autores fundacionales -y bien diferentes-: Juan Ramón Jiménez y Ramón Gómez de la Serna. La antología está llena de sorpresas. Poca gente conoce los aforismos y greguerías de Miguel Hernández, o las parodias aforísticas, puntuales y socarronas de Federico García Lorca. También vindica autores olvidados o prácticamente desconocidos, como es el caso de Antidio Cabal y Arturo Soria y Espinosa. En la antología no podían faltar Cristóbal Serra, Max Aub, Vicente Núñez y Ángel Crespo; quien no conozca los fuegos de palabras de estos autores les van a fascinar. En los altares de esta antología están, entre otros, José Bergamín, Carlos Edmundo de Ory o Rafael Pérez Estrada. Me han interesado especialmente los precursores a partir de los cuales es posible trazar la genealogía de una tradición que ha llegado con fuerza renovada hasta nuestros días.