‘A Boy Walking. Bob Dylan y el folk revival de los sesenta’ consiguió el Premio Manuel Alvar de Estudios Humanísticos
“La palabra, el juego y la música son las grandes pasiones de mi vida. Era inevitable que la personalidad y obra de Dylan me atrajeran como un imán”
Este no es un libro más sobre Dylan, sino una aproximación nacida de la familiaridad que une la pasión, el conocimiento y la buena escritura. El jurado del Premio Manuel Alvar – que conceden Fundación Cajasol y Fundación José Manuel Lara- destacó la originalidad de su enfoque híbrido, a caballo entre el ensayo, la semblanza biográfica y la recreación libre. ‘A Boy Walking’, del músico e investigador Jesús Albarrán Ligero, presenta un recorrido documentado y amenísimo por los primeros años creativos del músico y poeta Bob Dylan, mezcla biografía, autobiografía, ensayo y literatura. Además de proponer un estudio de la obra, vida e influencias de Dylan desde sus inicios, el texto atrapa el ambiente que se respiraba en una época convulsa que marcó al genio norteamericano. El libro tiene vocación de caminante, un esquivo y a la vez muy preciso cuaderno de bitácora donde se unen la guitarra, el viaje y lo inesperado.
- ¿Cómo surge la idea de presentar este libro al Premio Manuel Alvar?
- Contaba con la certeza de que el material del que disponía era bueno, sobre todo porque descubrí que una gran cantidad de datos, anécdotas e historias que versaban sobre Dylan en los años sesenta no se encontraban disponibles en castellano, y porque, si bien en contadas ocasiones sí se había llevado a cabo una traducción parcial, dicho material no se había trabajado desde una perspectiva personal, literaria, reveladora e íntima, además de rigurosa, como pretende este volumen. Buscaba una manera de que el libro alcanzara la máxima cantidad de lectores posible, de que estos fascinantes viajes guitarra en mano —no solo protagonizados por Bob Dylan, sino también por Woody Guthrie, Pete Seeger, Leadbelly…―, estas historias de maleantes y penurias que incitaban a reflexionar sobre la vida, la música popular y la creación, pudieran disfrutarse en castellano, y esto solo es posible con gran mimo en la edición y una gran red de distribución. Tanto el Premio Manuel Alvar de Estudios Humanísticos como el Premio Antonio Domínguez Ortiz de Biografías contaban con un gran prestigio nacional, garantizaban un exquisito trabajo en la edición, un gusto de verdadera calidad editorial en la selección de sus textos y un gran respaldo editorial. No había mejor opción. Se presentaba como una oportunidad única.
- ¿Cuándo y por qué se produce su acercamiento a la figura de Bob Dylan?
- Desde que tengo memoria me descubro como alguien que intenta, o bien desentrañar el ritmo del mundo, o bien crearlo. Si algo puedo decir de mí mismo con seguridad, es que soy un apasionado sin remedio, un entusiasta. La palabra, el juego y la música son las grandes pasiones de mi vida. Era inevitable que la personalidad y obra de Dylan me atrajeran como un imán. Recuerdo que a nuestro coach en La Voz ―José María Sepúlveda— (el autor de este libro fue finalista en este famoso concurso televisivo) le parecía de ciencia ficción que alguien con aptitudes para el folk y tanta fascinación por este tipo de música hubiera nacido en la cuna del flamenco mundial: Andalucía. A muchos músicos del panorama sevillano les resultaba curiosa mi admiración a Dylan y mi minuciosa vinculación con su obra. El folk no es un género musical simple, aunque pueda parecer lo contrario. Hace décadas me interesaba el rock alternativo, el rock duro, el rock and roll, etc. Pero quería conocer las raíces de la música —blues, ragtime, bebop, cajun― que escuchaba, y entonces fue cuando tropecé con Dylan. Sus letras no eran convencionales. Me hipnotizó su inercia y su dicción, yo ya pertenecía a ese mundo que cantaba Dylan. Su pretendida poetización, profundidad e inteligencia, apuntaban que ese muchacho freak no componía canciones como sus contemporáneos; lo que hacía se encontraba en otra órbita. Una esfera emocional en la que yo me reconocía, una esfera de incertidumbres, colores y emociones que se acercaba a la poesía. Y era un apasionado en exceso, un obcecado sin remedio, con un amor incombustible por la música y la expresión creativa, en esto también me reconocí. Sin duda, Dylan imaginaba; imaginaba a cada momento, durante una conversación, una entrevista, etc. Creaba un mundo donde acabó habitando. Y también parecía pertenecer a ese planeta nostálgico y romántico a pesar de su extrema juventud, ya en los sesenta.
- Su faceta como cantante ¿le ha sido de utilidad para acercarse más y mejor a Dylan?
- Si no fuera cantautor o intérprete, hubiera escrito otro libro. Pero si no amara la poesía ni la palabra, también. Ha resultado una confluencia maravillosa: las experiencias que me han marcado y las personas que me han animado a escribirlo, incluso sin saberlo, aun en la distancia. Sin ciertos estímulos concretos no lo habría escrito. Desde aquí mi más profundo agradecimiento. De alguna manera, el libro me hablaba, en la voz de estas personas y en la mía propia: “esto es lo que tienes que estar haciendo en este momento de tu vida”, esta era una certeza irrenunciable, y como bien dice mi amigo Juan Cobos Wilkins (y lo dice con un cariño estremecedor y mágico), “el azar nunca conspira contra la emoción”. Pero sí, el acto de interpretar es extraordinario. Para mí, un escenario es la oportunidad más esencial de impostarme una máscara, de usar el artificio para cantar la verdad. Si no eres sincero en este sentido, la audiencia lo intuye. Para mí la música es un medio de expresión. En este sentido, creo que la interpretación de los temas de Dylan —no como temas de Dylan, sino ya como temas míos― me ha sido muy útil a la hora de acercarme a mi propia obra. Ese tipo de irreverencia, hibridismo y fragmentación se puede comprobar también en las características formales y estéticas del texto, ya que el libro no es una biografía, tampoco ficción, ni un ensayo, completamente; sino todo de una vez (con las características plenas de todo ello) y, a la vez, nada de eso. El género del texto es fluctuante, potencia aspectos o tradiciones de diversos géneros según sus propias necesidades, pero todo ello siempre con gran rigurosidad.
- ¿Por qué ha elegido esos años en concreto, los primeros años creativos de Bob Dylan, para este estudio?
- Creo que quizá hay dos buenas razones. La primera de ellas se presenta más como un argumento romántico e intuitivo que como una elección consciente: me apasionaba la época del Segundo Folk Revival, aquella eclosión creativa alternativa que inundó el Greenwich Village (New York) a principios de los sesenta (artistas, trapecistas, poetas, cómicos, músicos, cantautores) y de la que Dylan formó irremediablemente parte. La segunda es una razón de carácter histórico-estético, ya que considero que es el periodo que más ha impactado e influido en el mundo de la música, donde Dylan ha llevado a cabo grandes experimentos continuos; y por otro (esta razón sí es más egoísta), es mi época creativa favorita de Dylan, porque aquí se encuentran los temas que lindan con aquel universo poético y cromático que a mí me interesaba, la época de su mayor incontinencia compositiva, tanto a nivel musical como poético. En este periodo frenético, incluso sacaría a la venta dos álbumes en el transcurso de un año.
- ¿Qué destacaría de su perfil biográfico, de esos años en Nueva York, de aquel ambiente vivido por el poeta y cantante en los años sesenta?
- Es cierto que existen anécdotas maravillosas sobre Dylan. Al considerar como referentes estéticos y vitales a creadores que explotaron su vida de manera tan desgarradora (con alegría, música y carretera) —Jack Kerouac, Allen Ginsberg, Pete Seeger, Leadbelly, Guthrie (…)—, no es extraño que en este periodo Dylan concentre historias deliciosas basadas en el humor, la incertidumbre y la oportunidad. Esta vida excesiva se acentuó debido a las posibilidades de una creciente fama; una fama que ha marcado siempre una incoherencia fundamental en Dylan. Dylan tenía una personalidad esquiva, cambiante y plenamente consciente del aura de misterio que él mismo potenciaba. Casi todas las historias que contaba sobre sí mismo cuando llegó a New York eran mentira. Pero aparte del juego de máscaras, de esta exquisita extravagancia, sí que existen historias, ya corroboradas por varias fuentes, que son extraordinarias. A nivel general, yo me quedaría con aquella atmósfera de solidaridad y creatividad alternativa que se respiraba en el Greenwich, el caldo de cultivo perfecto para las historias más absurdas, fascinantes y desquiciantes. Ser testigo de la escalada de Dylan en aquel mundo desenfadado e irreverente creo que ha sido de las mejores experiencias al escribir el libro.
- De su obra, prolífica y excepcional, ¿qué canciones/poemas elegiría?
- Es difícil. Si alguien ama algo verdaderamente es casi imposible elegir. Elegir es renunciar a algo. Aunque sí que hay canciones con las que tengo una historia personal más intensa que con otras. Como apuntaba Heidegger, todo poeta escribe desde un “poema único”. Dylan tanteó dar forma a este poema único con “A Hard Rain Is a-Gonna Fall”, una de las canciones/poemas que más me han impactado en la vida, y que analizamos con minuciosidad en el libro. Existen canciones que no son tan conocidas, pero que son deliciosas —“Don´t Think Twice”, “Desolation Row”, “My Back Pages”, cuyo detonante es una historia colosal―, y, por supuesto, “Mister Tambourine Man”. No puedo olvidarme de “Visions of Johanna”, “Like A Rolling Stone” y “Blowin’”, esta última más por lo que significó que por elección personal.
- Investigador, poeta, cantante, periodista… ¿cómo combina todas estas facetas de su vida?
- Como he comentado antes, soy una persona muy apasionada y me interesan demasiadas cosas —y eso que nos dejamos en el tintero mi faceta (poco conocida) de ilustrador y montador audiovisual―, algunas incluso caen en abierta contradicción con otras que también me interesan. Soy una persona muy inquieta, y cuando me interesa algo, me interesa mucho. La música es algo inagotable, y de verdad que me encantaría dedicarme de pleno a ello. Quizás intentar buscarse la vida con algo que realmente amas es extraordinario y, ciertamente, un lujo en nuestra sociedad actual, pero voy a agotar hasta el último cartucho en ello. No quiero arrepentirme de nada. Mi vida tendría poco sentido sin la literatura, la música y el juego. Pero soy consciente de la situación. Vivir de la cultura y de la creación en este país es una empresa difícil, casi imposible. Quizá ser tan polifacético me ayuda a acercarme a las obras desde diferentes perspectivas. Con mi grupo William Prime interpretamos nuestro propio material, rock sureño con toques de blues y folk. Por cierto, este año sacamos disco. Pero existen otras consideraciones. En este sentido, pocas instituciones me han enseñado más en todas las facetas de mi vida que la universidad. En la universidad, he encontrado a teóricos excepcionales —Manuel Ángel Vázquez Medel, José Luis Navarrete, Manuel Broullón, J.J. Vargas, Ángel Acosta…― cuyo ejemplo me ha incitado a luchar por un mundo mejor desde la ética y la estética. Formar parte del GITTCUS (Grupo de Investigación en Teoría y Tecnología de la Información), el único grupo de investigación español que combina el rigor académico con la práctica creativa, ha sido uno de los mayores regalos de mi historia académica. Y quiero devolver este regalo a la universidad. Me interesan mucho las humanidades digitales y el estudio teórico del cibertexto (videojuego) y su implicaciones mitológicas, poéticas y sociales.